la invitación siguiente:
–Vamos al gran depósito de la
colonia. Allí observará cosas interesantes.
Verá que el agua es casi todo en
nuestra estancia de transición.
Curiosísimo, acompañé al enfermero sin vacilar.
Llegados a extenso ángulo
de la plaza, el generoso amigo agregó: –Esperemos el
aerobús.
(Carro aéreo, que sería en la Tierra algo parecido a un gran funicular)
Aún no me había repuesto de la sorpresa,
cuando surgió un gran carro,
suspendido del suelo a una altura de cinco metros,
poco más o menos,
repleto de pasajeros. Al descender hasta nosotros, a la
manera de un
elevador terrestre, lo examiné con atención. No era máquina
conocida
en la Tierra. Construida de material muy flexible, era de gran
extensión,
pareciendo estar unida a hilos invisibles por el gran número de
antenas
que tenía en el techo. Más tarde, confirmé mis suposiciones visitando
los
grandes talleres del Servicio de Tránsito y Transporte.
Lisias no me dio tiempo para
indagaciones. Convenientemente situados
en el confortable recinto, seguimos
silenciosos. Experimentaba la
timidez natural del hombre desambientado entre
desconocidos. La velocidad
era tanta que no permitía fijar la atención en
detalles ni en construcciones que
se hallaban escalonadas en el extenso
recorrido. La distancia no era pequeña,
pues tan sólo después de cuarenta
minutos, incluyendo ligeras paradas de tres
en tres kilómetros, me invitó Lisias
a descender sonriente y calmado.
Me deslumbré ante un panorama de
bellezas sublimes. El bosque, en
floración maravillosa, embalsamaba al viento
de embriagador perfume.
Todo un prodigio de colores y luces agradables. Entre
márgenes bordados
de exuberante grama, toda esmaltada de azulinas flores, se
deslizaba un río
de grandes proporciones. La corriente era tranquila, pero tan
cristalina que
parecía tener tonos de matiz celeste a causa de los reflejos del
firmamento.
Extensos caminos cortaban el verdor del paisaje. Plantados a
distancias
regulares, frondosos árboles ofrecían sombra amiga a la claridad de
un
Sol confortador. Bancos de caprichosas formas invitaban al descanso.
Notando mi deslumbramiento,
Lisias me explicó:
Estamos en el Bosque de las Aguas.
Esta es una de las más bellas regiones de
Nuestro Hogar. Se trata de uno de los
lugares predilectos para las excursiones
de los enamorados, que vienen aquí a
tejer las más bellas promesas de amor
y fidelidad para las experiencias de la
Tierra.
La observación ofrecía
consideraciones muy interesantes, pero Lisias no me
dio oportunidad para
preguntar sobre este tema. Indicando un edificio de
enormes proporciones
aclaró:
–Allí está el gran depósito de la colonia.
Todo el volumen del Río Azul, que
tenemos a la vista, es absorbido en tanques inmensos
de distribución.
Las aguas que dan servicio a todas las actividades de la
Colonia parten de aquí.
Luego se reúnen nuevamente debajo de los servicios de
Regeneración y
vuelven a constituir el río, que prosigue su curso normal, rumbo
al gran
océano de substancias invisibles para la Tierra.
Percibiendo mi íntima
indagación agregó:
–En efecto, el agua aquí tiene
otra densidad. Es mucho más tenue, pura, casi
fluídica.
Observando las
magníficas construcciones que tenía a mi frente, interrogué:
–¿A qué Ministerio está adscrito el servicio
de distribución? –¡Imagine
–aclaró Lisias– que este es uno de los raros
servicios materiales del
Ministerio de la Unión Divina!
–¿Qué dice? –pregunté, ignorando como conciliar una cosa
y otra. El
visitador sonrió y contestó placenteramente: –En la Tierra casi
nadie trata de
conocer la importancia del agua.
Pero, en Nuestro Hogar los
conocimientos son muy distintos.
En los círculos religiosos del planeta,
enseñan que el Señor creó
las aguas. Entonces es lógico que todo servicio
creado, necesite de energías
y brazos para ser convenientemente mantenido. En
esta ciudad espiritual,
aprendemos a agradecer al Padre y a sus divinos
colaboradores semejante
dádiva. Conociéndola más íntimamente, sabemos que el
agua es uno de los
vehículos más poderosos para los fluidos de cualquier
naturaleza. Aquí, es
empleada sobre todo como alimento y remedio. Existen
departamentos en
el Ministerio de Auxilio, absolutamente consagrados a la
manipulación
del agua pura, con ciertos principios susceptibles de ser captados
en la luz
del Sol y en el magnetismo espiritual. En la mayoría de las regiones
de la
extensa colonia, el sistema de alimentación tiene ahí sus bases. Pero,
entre
nosotros, sólo los Ministros de la Unión Divina son detentores del mayor
patrón de Espiritualidad Superior, correspondiéndoles la magnetización
general
de las aguas del Río Azul, para que sirvan a todos los habitantes
de Nuestro
Hogar con su imprescindible pureza. Ellos hacen el servicio
inicial de limpieza
y los institutos realizan trabajos específicos en el
suministro de las
substancias alimenticias y curativas. Cuando los
diversos hilos de la corriente
se reúnen de nuevo, en un punto lejano
opuesto a este bosque, se ausenta el río
de nuestra zona, conduciendo
en su seno nuestras cualidades espirituales.
Estaba extasiado con las
explicaciones.
–En el planeta –objeté– jamás
recibí elucidaciones de esta naturaleza.
–El hombre es desatento desde hace
muchos siglos –tornó a decir Lisias–;
el mar equilibra su morada planetaria, el
elemento acuoso le suministra el
cuerpo físico, la lluvia le da el pan, el río
organiza su ciudad, la presencia
del agua le ofrece la bendición del hogar y
del servicio; entretanto, él
siempre se juzga el absoluto dominador del mundo,
olvidándose que es
hijo del Altísimo, por encima de cualquier otra
consideración. Pero
llegará el tiempo en que copiará nuestros servicios,
valorando la importancia
de esa dádiva del Señor. Comprenderá entonces que el
agua, como fluido
creador, absorbe en cada hogar las características mentales
de sus moradores.
El agua en el mundo, amigo mío, no solamente acarrea residuos
de los
cuerpos, sino también las expresiones de nuestra vida mental. Será
nociva en
manos perversas pero útil en las manos generosas y, cuando se halla
en
movimiento, su corriente no sólo esparcirá bendiciones de vida sino que
constituirá un vehículo de la Providencia Divina. Absorberá las amarguras,
odios y ansiedades de los
hombres limpiando sus casas materiales y purificando
su atmósfera íntima.
Mi interlocutor calló en actitud reverente, mientras mis
ojos miraban la
tranquila corriente, que despertaba en mí sublimes
pensamientos.